sábado, 27 de octubre de 2012

Me gusta: Nuevo cementerio judío

En este blog he ido hablando de varios temas con un tono más o menos variado: alguna vez de literatura, otras de cine, series o arte, pero sobre todo de mí. En realidad, no es que hable de mí, sino que siempre hablo yo. Aunque tampoco estoy muy seguro de quién es este yo que habla. Está claro que comparte cosas conmigo, de que está íntimamente relacionado conmigo; pero no es yo. Si existen los universos paralelos, este yo sería mi yo del universo vecino.

Hay, por tanto, notables diferencias entre nosotros. Por un lado, este yo no es exactamente yo porque habla distinto y no se comporta como yo. Él es más cabrón, más valiente, más soberbio, más irónico y más activo; asimismo, sabe escuchar y hablar mejor, y a veces es un poco ventrílocuo y marionetista. Por otro lado, lo que narra este yo no es solamente lo que me ocurre, sino también lo que se me ocurre. Todo lo que aquí se cuenta ha ocurrido a mí o en mí, en acto o en potencia; en cambio, a este yo le ha ocurrido absolutamente todo lo que aquí se relata. ¡Qué afortunado!

Todo este rodeo sobre mí y este yo tiene algún que otro porqué. Primero, sirve para explicarle brevemente al que lea qué es, más o menos, lo que lee. O, como mínimo, qué ha ido siendo hasta ahora: ¡la vérité si je mens! Segundo, sirve para explicármelo a mí; es un modo de pasar revista, o de inventariar lo escrito. En tercer lugar, y creo que este es el motivo menos cierto de todos, sirve para introducir e inaugurar una nueva sección. En ella intentaré ser absolutamente sincero y cambiará un poco la temática. No es que vaya a hablar de mis más profundos y vergonzosos sentimientos (esto queda reservado para ambientes más proclives a la profundidad y la vergüenza), sino que voy a hablar de lugares de Cracovia (u otros sitios, por qué no) que me gustan.

La sección se llamará, simple y llanamente, "Me gusta". El botón de "me gusta" es el mejor invento de Facebook. Facebook es el botón de "me gusta". El botón de "me gusta" representa perfectamente a la juventud, a nuestra generación: es instantáneo, superficial y hedonista. El botón de "me gusta" es el aquí y ahora. Además, no da nunca explicaciones. No es el botón "me gusta porque", sino el botón "me gusta", punto final. Aquí, yo me comprometo a presentar los lugares elegidos y a plasmar o explicar los motivos de las elecciones. En fin, si a mí me ha gustado un sitio, intentaré que a ti también te guste, o al menos que sepas por qué me gusta.

Pero ¿por qué crear una sección nueva? ¿Y por qué titularla? ¿Por qué no usar una etiqueta de las que ofrece Blogspot.com y ya está? ¿Y por qué esa necesidad de explicarlo y entenderlo siempre todo? En general, ¿por qué tanta obsesión con los porqués? No tengo ni idea. La cuestión es que le he contagiado esta tendencia hipertrofiada a mi otro yo, el que aquí habla. Este yo, como yo, es un amante de las introducciones largas e innecesarias, de las anécdotas que nunca llegan a ser contadas porque el narrador se pierde en los detalles del prólogo. Por suerte, la forma escrita facilita el artificio, tan necesario para alcanzar la concisión, para poder podar las digresiones y para dejar huecos sin rellenar. La artificiosidad de la escritura también permite, entre otros, la narración in media res y el saludable respiro del punto y aparte.

* * *

Oí hablar del Nuevo cementerio judío por primera vez a mis compañeras de piso. Un día estuvieron paseando por Kazimierz y lo encontraron por casualidad. Debió de encantarles, porque me recomendaron encarecidamente que lo visitara. Por su descripción, estaba claro que me iba a gustar: era una extensión enorme colmada de tumbas ajadas apelotonadas desordenadamente, formando pasajes sinuosos, oscuros y estrechos. Sin embargo, hice caso omiso de la recomendación, consciente o inconscientemente. El nuevo cementerio judío no era más que un sintagma a la espera de despertar mi curiosidad en contacto con algún acontecimiento futuro. O ni siquiera eso.

Hace una semana, tenía que comentar una foto de Cracovia que me hubiera impactado culturalmente para una asignatura de la universidad, "Psychology of Culture - Culture Shock". (Detrás de este nombre tan prometedor como aparentemente vacuo, se esconde algo así como una antropología de la convivencia entre culturas. Creo que esta descripción es tan superflua como el título original, y además le resta su espectacularidad.) A falta de fotos propias y de tiempo para sacar alguna, le pedí a una de las compañeras, llamémosla Y, muy aficionada a la fotografía, que me dejara utilizar una imagen suya. Navegando entre las fotos cracovianas de Y, descartando las festivas y las turísticas, descubrí una que podía suscitar un comentario mínimamente interesante.


Mis compañeras de piso me dijeron, algo ofendidas, que aquella foto era del Nuevo cementerio judío. Les pedí que me repitieran la descripción del lugar y escribí el comentario sin haberlo visitado, aunque con muchas ganas de hacerlo. 

El texto contenía dos ideas conectadas entre sí. En primer lugar, que Kazimierz, el barrio judío de Cracovia y por extensión todos los barrios judíos de Europa Central y Oriental, no se parece en nada al call jueu de Girona es decir, a las juderías españolas. La arquitectura y el ambiente de Kazimierz no difieren demasiado de los del resto de la ciudad: el paseante nota una atmósfera igualmente turística, quizá algo más bohemia, pero, en el fondo, sin solución de continuidad entre ambos espacios. En cambio, la distribución arquitectónica del call jueu sí se opone a la del resto de la ciudad: las calles son sinuosas, oscuras, estrechas, viejas, laberínticas, silenciosas, etc. He aquí el nexo con la segunda idea del comentario: las sensaciones que transmite el cementerio son las mismas que uno tiene cuando pasea por el casco antiguo de Girona. Una especie de tranquilidad otoñal, por llamarlo de algún modo.

No hace falta decir que a la profesora le encantó el comentario. Me he propuesto seguir las mismas pautas de trabajo para el resto de comentarios —comentar una foto ajena de un sitio que ni siquiera he visitado—, pero creo que requerirá demasiado esfuerzo.

El mismo día que fui al Museo judío de Galicia visité también el Nuevo cementerio judío. Me pareció que, pese a las inevitables diferencias, se correspondía bastante bien con lo que yo había imaginado. Los caminos entre los amontonamientos de tumbas no eran laberínticos, sino más bien rectos, y no era para nada oscuro pese a los abundantes árboles; además, los hombres teníamos que ponernos una graciosa kipá roja que yo no podría haber concebido. Pero al menos era silencioso y transmitía la paz espiritual que el call jueu emana. Le pregunté a mi acompañante si tenía la misma sensación. Me dijo que todos los cementerios, judíos o cristianos, irradian la misma tranquilidad. Para mí era distinto: nada más aquel lugar lograba un efecto balsámico.

Su opinión me hizo darme cuenta de que tenía aquella sensación tan solo porque me recordaba a Girona. Pero la relación entre el cementerio y el call jueu no existía, sino que la había establecido yo en mi cabeza y la había desarrollado en el comentario de la fotografía. Se trataba de una relación absolutamente artificial, ficticia, por qué negarlo, sin más fundamento que mi imaginación y quizá cierta morriña. Y, sin embargo, sé que cada vez vuelva a visitar el cementerio volveré a experimentar la misma calma.

martes, 23 de octubre de 2012

Judaísmo y más arte de rebote

Aunque parezca mentira, no solo de fiestas vive el estudiante: hace un par de días visité el Museo Judío de Galicia, en Cracovia. Esta no es nuestra Galicia, tierra de meigas, sino Galicja, región centroeuropea dividida entre Polonia y Hungría. En vez de brujas hay judíos, otro colectivo muy perseguido.

El museo está en Kazimierz, el barrio judío (ya hablaré de él en otra ocasión, mi parte favorita de la ciudad). Es muy pequeño, el museíto, pero ya se sabe que al pot petit hi ha la bona confitura; de hecho, la exposición que me interesó más solamente ocupa una habitación: On the Other Side of the Torah.

(La Torá no es el único texto judío, pero es el más importante, el fundamental. Se supone que Dios se la dictó letra a letra, punto a punto, coma a coma, a Moisés. Aunque, entre tú y yo, me da la impresión de que el tal Dios no hizo nada más que llevarse el mérito: fue el pobre Moisés quien tuvo que inventársela toda, palabra tras palabra, frase tras frase, párrafo tras párrafo, convirtiéndose así en el primer negro, o ghostwriter, de la historia de la literatura.)

La exposición consta solo de dos objetos, dos retratos de un matrimonio alemán de la época nazi colocados en el centro de la sala. Las pinturas muestran a una pareja joven y sonriente, feliz como unos recién casados. El marido, un soldado que combatió en la Segunda Guerra Mundial, lleva el uniforme militar; la mujer, un sobrio vestido negro. Sus apagadas ropas contrastan con sus rostros radiantes, casi desentonan, revelando que el pintor, anónimo, era un retratista cualquiera, mediocre con avaricia. 

Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol: el museo siempre ha sido un espacio muy permeable a la mediocridad

Lo maravilloso está al otro lado de los cuadros: los lienzos son dos páginas de la Torá reutilizadas. Por tanto, esta obra exige ser contemplada desde ambos costados. Por delante, vemos a un soldado nazi o a su mujer y, por detrás, dos pasajes del Éxodo. El excepcional significado de la obra solo se completa con su reverso.



Los cuadros pertenecían a los nietos de los retratados; su lado oculto fue descubierto, o al menos dado a conocer, en 2011. Hasta entonces, nadie en Tübingen, Alemania, ni en el mundo entero, conocía las dimensiones reales de esta obra fruto del azar. Ni siquiera su creador, claro, por eso el mérito es del azar y no suyo, del mismo modo que la Torá es creación de Moisés y no de Dios. Quizá el pésimo retratista decidió usar fragmentos bíblicos para darle, como mínimo, valor conceptual al conjunto: la pintura que cubriría las páginas de la Torá simbolizaría la destrucción del pueblo judío por parte de los nazis. Lo dudo bastante. Lo más probable es que el pintor usara la primera lámina que encontró para terminar su encargo y que, después, los retratos se pasaran casi ochenta años cogiendo polvo en una sala de estar alemana. Casualmente, esa lámina simbolizaba a su enemigo; casualmente, pintó sobre ella a su mayor verdugo. 



Lo que está claro es que solo la imprevisible historia ha sido capaz de revelar este significado escondido; además, unos años más tarde ha añadido un segundo y valioso significado al otro lado del primero: los judíos han sobrevivido, aunque terriblemente mutilados, al intento de exterminio nazi. Es decir, descolgar el cuadro ha evidenciado que el pintor no pudo erradicar el rastro judío del lienzo. Aún hay más: la historia de Alemania y la del pueblo judío han quedado irremediablemente unidas; un lado de la moneda está manchado con la sangre de su reverso. Y otro: el judaísmo no ha variado un ápice, sigue intacto como las palabras de detrás del retrato; en cambio, Alemania quedó profundamente marcada tras descubrirse el lado más oscuro del nazismo, los campos de concentración, y ya no podemos contemplar impunemente al feliz matrimonio nazi.

Lo siento, pero no he podido evitar acordarme de mi querido Ecce Homo. Primeramente, porque ambas obras juegan a destruir literal y figuradamente el pasado: Cecilia lo hizo modificando el Ecce Homo de Elías García Martínez, mientras que el retratista intentó eliminar las hojas de la Torá. Y, en segundo lugar, porque ambas son obras de arte fruto del azar, o de intencionalidad distorsionadaCecilia no sabía lo que hacía, igual que el retratista mediocre desconocía que su obra iba a simbolizar el presente —la destrucción nazi— y el futuro —la supervivencia del pueblo judío—.

jueves, 18 de octubre de 2012

Vine a dominguear

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Kurtz (¿o sería Ulises? ¿O quizá Abraham?). De hecho, fue mi madre quien me lo dijo: Pedro Páramo, tu padre, es un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

O vine a México D.F. para encontrar a la poeta mexicana Cesárea Tinajero, la eterna desaparecida, y sus poemas.

O vine a Estados Unidos para investigar el significado de Rosebud, la última palabra que (no quise saberlo, pero lo supe) pronunció Charles Foster Kane antes de morir.

¿O no? La memoria me falla...


Vine aquí para ser Lázaro. ¡Sí, sí, a eso vine! Ahora lo recuerdo. Así que sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. O, aún mejor: me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir. Bueno, no sé. La cuestión es que no hablo del Lázaro bíblico, el resucitado o el zombie, sino del Lázaro con diminutivo. El Lázaro lazarillo. El Nuestro. (Atención: pronúnciese Nuestro con ene mayúscula y muy ibéricamente, muy hispánicamente, muy castellanamente; pronúnciese con el orgullo grasiento con el que hablaría el jamón si Nuestros Jamones hablaran y dijeran, por ejemplo, palabras como cojones, tortilla o gilipollas.) Vine a resucitar picarescamente, como Lazarillo. A eso vine. A resucitar simbólicamente: abre los ojos y la boca, con la babita colgando, e inclina ligeramente la cabeza para despejar el cogote y dejar que la verdad te aseste una buena e inesperada colleja. ¡Bendito dolor placentero, el de las hostias simbólicas que la verdad propina!


Y luego, claro, a contárselo todo a Vuestra Merced, como hace Lazarillo. A eso vine también. En este caso, Vuestra Merced no escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, pero yo, por si acaso, se lo relato y se lo escribo igualmente. Así que me impuse el mismo horario que Dios: de lunes a sábado, a vivir (duro trabajo), y los domingos, a descansar, o sea, a escribir. Pero a veces uno se queda por el camino ¡nada atrapa como atrapan los caminos! y ni escribe ni relata caso alguno: llega el domingo y pasa cual intrigante arbusto del Lejano Oeste. Así de dura es aquí la vida. Y no será por falta de cosas que contar... Esa es la cuestión: tantos casos y cosas y caminos no dejan tiempo para seleccionar, adornar, falsear e inventar, es decir, para escribirle y relatarle ni siquiera un miserable caso a Vuestra Merced.

Este domingo quería hablar de la casa que habito, una casa, si no tomada, a punto de ser tomada. Esta casa, que en realidad es un piso, con sus catacumbas y sus problemas, merece unos cuantos párrafos; quizá incluso un cuento o un poema. También quería escribir sobre las cortinas y las persianas. Y, sobre todo, sobre lo que hay más allá de las ventanas. No me refiero al mundo en general, sino solamente al mundo que hay detrás de las ventanas, al mundo visto a través de las ventanas. Asimismo, quería hablar de Cracovia, quería describir algún personaje pintoresco, quería escribir sobre el cine polaco y judío que voy descubriendo.

Ya les llegará su domingo a estos casos. Serán escritos y relatados, no se preocupe Vuestra Merced.

Sin embargo, antes hace falta un poco de limpieza: mi habitación, la habitación-comedor, la habitación-casi-palacio, con su cama y su sofá-cama y sus sillas y mesas y armarios y mecedora y diana y canasta y tendedero y aspiradora y, desde ayer, además, con sus botellas, vasos, ceniceros, colillas, platos, cartas, cubiertos, servilletas, etc., mi dormitorio, decía, se ha estrenado por fin como sala de fiestas. A eso vine también, a limpiar tras las fiestas.

sábado, 6 de octubre de 2012

Entrevista breve con E

—¿Salimos a tomar una cerveza? —me dice un portugués ebrio, llamémosle E.

E y yo nos conocemos solo desde hace un par de horas, pero, entre personas desamparadas y necesitadas de afección como los estudiantes de Erasmus, dos horas son suficientes para tener cierta confianza. Por cierto, en este caso salir significa salir de la discoteca donde estamos y donde nos hemos conocido. Y aunque aquí la cerveza es bastante barata, al menos en comparación con los precios barceloneses, siempre es más económica en las alcoholerías.

Propuesta de definición de alcoholería para la RAE:
1. f. Tienda que vende alcohol las veinticuatro horas del día y que tiene un letrero que reza "Alkohole". 
2. f. Símbolo nacional polaco, o casi. O, mejor dicho, síntoma del alcoholismo polaco.

—¿Sabes que te pueden multar por beber en la calle? —le digo a E mientras cruzamos la Plaza Central de Cracovia. (De día está bonita, sí, pero de noche está aún más guapa, la plaza.)

—Lo sé. Pero así es más divertido. Las reglas hay que conocerlas para poder romperlas. Es lo mejor de las leyes y, de hecho, lo que las define: la necesidad de su profanación. Como estudiante de Derecho, lo más divertido es violar las normas que memorizas o escribes. Para nosotros, es como construir y derruir castillos de arena.

Pongo cara de perdido: ¿cómo ha pasado de beber en la calle a los castillos de arena? E se detiene un momento, pero pronto vuelve a la carga.

—Me explico. ¿Te crees que los niños se lo pasan bien construyendo castillos de arena? La finalidad del juego no es superarse, ni cultivar la paciencia, ni siquiera dar un momento de paz a los padres. La clave del juego no está en el proceso de construcción, sino en el instante de la destrucción. La esencia del juego es aceptar y aprender a gozar de la destrucción de lo que se ha creado. Poder echar por los suelos lo más importante para ti, ser capaz de despreciar tu esfuerzo o tu propio trabajo: no hay placer mayor ni mejor medicina. Es como recetarse dosis de humildad.

—¿Como una catarsis? —le respondo, como buen interlocutor, para darle cuerda.

—Algo así. Para el buen legislador, no hay mayor catarsis que violar una ley que él mismo ha escrito. Y romper la norma por primera vez es como inaugurar un barco de un botellazo en el casco. Oye, hablando de catarsis, seguro que en la mitología griega hay algún caso de destrucción del propio trabajo. Estos tenían ejemplos para todo. ¿No lo conocerás, por casualidad, como buen humanista?

—Pues, por casualidad, ese mito no me suena —le respondo a E, sabiendo que lo decepciono profundamente. Miro a mi alrededor: no tengo ni idea de dónde estamos—.  Por cierto, ¿sabes dónde estás yendo?

—Claro. Lo primero que hice al llegar a Cracovia fue llegar a la Plaza Central y, lo segundo, buscar una alcoholería. Mira, ahí está —me dice, señalando una alcoholería con su letrero de "Alkohole"—. No recuerdo muy bien todo lo que vino después, pero sí sé que al final de aquel día estaba echando un polvo con una polaca. For real, man.

—Vaya, qué eficiencia, ¿no?

—Bueno, solo estoy siguiendo El Plan.

—¿El Plan?

—El Plan, sí —dice E, confiado—. Resumen de El Plan: tienes que follarte a cien tías en los diez meses que estarás en Cracovia. Da igual si son feas o guapas, gordas o flacas, polacas o venezolanas, jóvenes o viejas. Solo importa alcanzar el objetivo: cien tías. Y no vale repetir ni irse de putas. Este es El Plan. Gracias a Él, yo y cien chicas nos lo pasaremos en grande. ¿Qué te parece?

Dos chicas que también compran en la alcoholería nos miran con miedo y asco en los ojos. El inglés de E, pese a su borrachera, es muy bueno.

—Pienso que podrías hacerte un álbum de fotos con las que quieran formar parte de El Plan —le digo a E mientras abrimos nuestras cervezas y nos sentamos en un banco—. Así podrías recordarlo cuando seas mayor.

—Pues no es mala idea. Podría enseñarles a mis nietos las hazañas de su abuelo.

—Además, llevas buen ritmo: una sola noche y ya te falta una chica menos para llegar a tu meta.

—Sí, pero ya llevo cinco días en Cracovia. El empuje inicial no podía ser mejor, pero tengo que mantener el ritmo. El Plan requiere mucha dedicación y constancia, es como entrenar para una maratón, y lo sé porque no soy el que lo inventó, no soy un pionero. Hay muchos Erasmus con Un Plan particular. Un amigo marcaba en un mapamundi las nacionalidades que se había pasado por la piedra. Se quería follar a todo el mundo, decía. Qué cachondo. ¿Lo pillas, no? A todo el mundo... Lo malo es que solo consiguió completar el mapa europeo y algún otro país. Pero yo, que no soy tan selectivo, quiero quitarme los límites y follarme, realmente, a todo el mundo. O al menos a cien tías. En realidad le estoy haciendo un favor al mundo: promover el amor libre es como repartir felicidad.

—Sí, sí. Soys unos personajes curiosos, tú y tus amigos...

—¿Has visto La cena de los idiotas? —me pregunta E. Cambio de tema radical.

—Sí, pero no la recuerdo muy bien...

—Joder. Pues en la película, un grupo de amigos, cada uno con un invitado, se reunía semanalmente para ver quién había invitado al más idiota. Como homenaje, mis colegas y yo celebramos de vez en cuando una cena de las idiotas. Cada uno de nosotros ha de invitar a la chica más fea, gorda, pesada, tonta, etc., que haya conocido desde la cena pasada. La más infumable que haya conocido, la más idiota. Al acabar la cena, el que haya invitado a la peor de ellas gana; el que haya invitado a la menos idiota, en cambio, pierde.

De nuevo, estoy desorientado. Pensaba que E sería de los invitados a la cena, no al revés.

—No pongas esa cara —sigue E—, que no es tan complicado. La cosa no acaba aqui: cuando ya tenemos perdedor y ganador, salimos de fiesta, y entonces el perdedor ha de lograr follarse a la chica del ganador, a la gran idiota, la campeona de las idiotas. También hemos jugado con variaciones: cada uno ha de follarse a su propia idiota, o hay que follarse a la de la izquierda, etc. Oye, espera un momento que tengo que mear.

E se levanta y se mete en el parque. No hace falta que le diga que la multa por mear en las calles polacas es de 200 zloty. Dirá que mear en la calle, como beber en la calle, es mejor si es una aventura, y que el único sentido de las normas es su transgresión, y que castillos idiotas y arenas de cena y etcétera, etcétera.